ASUNTOS PENDIENTES
De Eduardo Tato Pavlovsky
Velar entre todas esas cosas desconocidas ante un rompecabezas como éste es desesperante. Representa una línea de conducta que lleva a la demencia. Enfréntate con este mundo. Aprende sus usos, obsérvale, abstente de hacer conjeturas demasiado precipitadas en cuanto a sus intenciones; al final encontrarás la pista de todo esto.
Herbert George Wells
Comprometido desde siempre con la realidad social, política y militancia cultural como él lo define, y a medio siglo de sus primeros estrenos teatrales, en esta obra Eduardo Pavlovsky se propone aprehender una subjetividad social nueva: qué hace, cómo vive en su cotidianeidad un sector especialmente de clases más bajas y marginales. Evidencia la preocupación Pavlovsky por el futuro de los jóvenes en la sociedad actual de la población. A él le interesa la subcultura de esta gente, no la del que estudia, sino la subcultura de los marginados que tiene sus leyes, sus reglamentos, sus valores, su manera de ganar el dinero, de sobrevivir. Tienen una infancia sin esperanza, dice:
–Estos chicos no tienen una orientación, ni ética, ni valorativa.
A los 78 años, Tato festeja medio siglo de estrenos arriba del escenario: haciendo esta obra onírica, pero lo onírico tiene un valor de inscripción de lo social-histórico.
Asuntos pendientes aborda una pluralidad de problemas:
La compra-venta de niños y la inserción de esos en una nueva familia, más desintegrada quizá que la que lo trajo al mundo, donde se observa rasgos de conducta no habituales, identidades y vínculos poco claro.
Lo mutante y desfigurado, está constantemente presente en esta obra transgresora, temas como el incesto, miedo a la muerte, el sexo senil. Abandono y muerte infantil. Y la violencia, crimen y miseria social, se hacen visibles en esta dramaturgia.
Aurelio (Eduardo Pavlovsky), un ser que se cree superior, racista, fascista y machista. ¿Represor-reprimido, victimario-víctima? No logra compaginar su historia.
Entabla un desagradable diálogo con su esposa (Susana Evans), cómplice civil, tan abominable como él. Empieza su relato, con repulsivas experiencias que suenan oníricas pero no lo son, donde los chicos anémicos, chagásicos, hidrocefálicos, raquíticos y enfermos de sida son llevados a la Costanera y obligados a tirarse al agua. Una serie de fenómenos inexplicables.
Estos pibes parecen felices, como si ese final fuera el mejor destino comenta él. Lo más importante es que piensan que la vida que les tocó es simplemente así. No tienen voluntad de protesta.
Parte de su delirio, hacen que broten en forma desordenada, imágenes, relatos y acciones diferentes del que viene hablando.
Su hijo adoptivo ya crecido (Eduardo Mirch) entra y sale del hogar para aportar datos de su vida -anterior y presente-.
Es ahí cuando la presencia de ese chico es muy fuerte en cuanto a contenidos sexuales, porque para la señora de la familia, cuando el chico crece, es un hombre, no es su hijo adoptivo. Ella lo inicia sexualmente. Ese chico es el exponente de una generación perdida, que atestigua en su entorno una carencia total de valores.
Aurelio está impregnado de una violencia personal y social que no reconoce leyes. Vive y piensa que el incesto entre la mujer y el hijo adoptado es un favor que le hacen los dos, que le servirá al hijo y hasta le dará trabajo. De hecho filmó ese momento, y lo comparten mirando juntos los tres ese video, como un recuerdo.
Finalmente, se va a la provincia de Misiones, donde nació este pibe, porque allí podrá un negocio y se dedicará a producir películas porno.
Hasta que de pronto, el padre mata al “Pibe” por accidente.
Aurelio es un asesino, un ser vil, siniestro por momentos. Aunque por otros, en lo cotidiano se vuelve extraño, hasta un buen hombre se podría decir, en especial cuando expresa ¡Que linda familia hemos formado!
Una obra del Teatro del absurdo, donde propone el abandono absoluto de la razón prefiriendo expresar el sentido del sinsentido de la vida.
Una historia extraña, cruel, fuerte y cargada de realismo social.
El público es testigo de lo que pasa por la cabeza de un ser monstruoso.
Se refleja las angustias existenciales a través de tres personajes, acá se hace presente el Teatro del oprimido, ofrece a cada uno el método estético para analizar su pasado, en el contexto de su presente, y para poder inventar su futuro, sin esperar nada a cambio.
Logra hacer pensar al espectador, sin lugar a dudas, al terminar la función.
Muy buenas las actuaciones, muy bien logrado los personajes potenciando la capacidad de transformación, el Sr. Tato Pavlovsky deslumbrante sobre el escenario una vez más, con esa vitalidad y ese amor por el teatro que lo caracteriza.
Calificación: Muy Buena
Redactora: Silvina Brandana
Ficha técnico artístico
Autoría: Eduardo "Tato" Pavlovsky
Actúan: Susana Evans, Paula Marrón, Eduardo Misch, Eduardo "Tato" Pavlovsky
Voz en Off: Mirta Bogdasarian
Iluminación: Eduardo Misch, Pedro Zambrelli
Diseño sonoro: Manuel Llosa
Realización escenográfica: Cecilia Fontnine
Música original: Manuel Llosa
Fotografía: Andrés Barragan
Asistencia de dirección: Paula Marrón
Dirección: Elvira Onetto
Duración: 90 minutos
CENTRO CULTURAL DE LA COOPERACIÓN
Corrientes 1543
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfonos: 5077-8000 int 8313
Web: http://www.centrocultural.coop
Entrada: $ 120,00 - Viernes - 20:00 hs –
Hasta el 29/11/2013
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